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domingo, 23 de agosto de 2009

Efemérides

Hace dos años en el aeropuerto, valija (o maleta) y pasaporte en mano, me secaba las lágrimas, abrazaba a mi familia, quienes estoicos contenían sus lágrimas de despedida y daba media vuelta hacia la puerta de embarque, haciendo un esfuerzo sobrehumano por no salir corriendo hacia la salida más cercana, presa de un ataque de pánico. Al volver la vista atrás sentí que se me desgarraba el corazón de pena y sólo pude esbozar una sonrisa de las más tristes que recuerdo. Así fue el comienzo de este gran viaje que hoy nos tiene a miles de kilómetros de lo que fue y será nuestro hogar.

No soy muy proclive a recordar estas fechas y mucho menos a hacer balances. Intentaría hacer un racconto de nuestra experiencia, pero dado mi escaso (por no decir nulo) poder de síntesis me contentaré con enumerar algunas de las cosillas que se me vengan a la mente. Muchas son las cosas que he sumado a mi vida en este último tramo. He aprendido…

que no existe el lugar perfecto
que acompañada de mi amor todo es más fácil
que no era tan catastrófico volver a la facu
que el francés es más difícil de lo que siempre pensé
que mi familia sigue siendo incondicional
que mis amigos de siempre siguen estando
a no usar el teléfono y suplantarlo por la compu
que la gente piensa que por haberme ido soy yo la que debe llamar y hacerles llegar mis noticias (nunca a la inversa)
que no hay como la comida argentina
que extraño cosas que nunca pensé que extrañaría (dulce de leche, kioscos y golosinas, el acento argentino, que caigan visitas a tu casa de improvisto, las calles de la ciudad)
que aquí la moda no existe y no sólo no me importa sino que me encanta
que hay quién no acepta la gente diferente y otros para los que la diferencia hace la diferencia
que el hombre es un animal de costumbre
que cero grado no es frío y que treinta bajo cero lo es
que es posible hacer proyectos
que intentaré no morir en tierra no argentina
a no gritar cuando hablo
que el mirar lo que las mujeres llevan puesto es una muy mala costumbre y manía argentina
a tomar apuntes de la facultad con la compu
que las diferencias culturales son notorias pero no infranqueables
que no existe mejor invento que las tapas de empanadas y tarta (que acá tengo que hacer “a manopla”)
que soy más fuerte y perseverante de lo que siempre creí
que en las cuatro valijas que traíamos entraba todo lo que necesitábamos para recomenzar nuestra vida
que tengo un nombre y apellido cuasi indescifrable para quién no es hispanohablante
que ampliar el horizonte indefectiblemente hace crecer
que todavía me falta tanto, pero tanto por aprender…

martes, 18 de agosto de 2009

¿Quién dijo que la moda no incomoda?

Venía para casa después de una caminata y delante de mí iban dos varones adolescentes. Uno de ellos cargaba a duras penas con una bicicleta y unos pantalones largos tres talles más grandes. Cada exactamente tres pasos (se los conté y no exagero) debía levantarse los pantalones para que no se le bajaran hasta la rodilla y evitar dejar a la vista de todo el mundo sus calzoncillos anaranjados desteñidos y gastados. De tan sólo ver como luchaba contra la gravedad con una sola mano (con la otra llevaba la bicicleta) me agotó. ¡Pensar que con un cinturón lo hubiese solucionado tan fácilmente!

Como si esto fuera poco, la temperatura rozaba los cuarenta grados a la sombra y el mismo chicuelo lucía sus botas estilo borceguíes, en donde presumo, debían estar sancochándose sus piececillos. ¿Por qué no usar unas fresquitas sandalias el día más caluroso, pesado y húmedo de todo el año? Noo, ¡sacrilegio! ¡¿Qué sería de su look?!

Lo mismo pasa con quienes usan los jeans de talle bajo (bajísimo mas que bajo) y terminan luciéndolo a lo plomero (últimamente se ve que se estila bastante) o levantándose el pantalón cada dos milisegundos cuan tic.

Seamos sinceros, ¿quién no ha sufrido aunque más no sea un poco por estar a la moda? Yo lo he hecho. He caminado al mejor estilo equilibrista con zapatos de taco aguja, usado minifaldas con las cuales me he tenido que cuidar hasta de respirar por miedo a que se me viera hasta el alma, y he usado botas medio número más chicas. Esto último fue lo más parecido a la tortura china achica pies a la que me he sometido voluntariamente.

Se ve que estoy un tanto vetusta para esos trotes, porque hace rato que no me someto a ninguno de esos martirios. ¿Será que estoy pasada de moda?

martes, 11 de agosto de 2009

Onda verde


Que al pobre planeta Tierra le hace falta que le demos una mano para su subsistencia, no es novedad. En la medida de mis posibilidades (ínfimas, por cierto) he decidido concienzudamente colaborar y unirme a la onda verde.

Me compré las bolsitas ecológicas para hacer las compras (foto adjunta) y separo la basura en reciclable y no. Cambié las lamparitas por las de bajo consumo (que salen un huevo y medio, pero que, en teoría, valen la pena). Usamos el transporte común o la bicicleta (muy a pesar de mi vecino) cuando las inclemencias climáticas y el itinerario lo permiten. Intentamos comprar productos locales para evitar “subvencionar” la empresa que hace viajar sus productos de una punta a la otra de la Tierra. (Bueno, yo les dije que mi colaboración era ínfima, pero peor es nada…)

No obstante, pareciera que el mismísimo mundo confabulara en mi contra y mí cruzada pos planetaria. ¿Cómo se entiende sino que le metan tremendo packaging a todos los productos? Hasta el queso cortado viene con un sobrecito que envuelve cada una de las fetas. Al parecer las lamparitas de bajo consumo tiene riesgo de ser cancerígenas en caso de muy alta exposición y las bolsitas al re-utilizarlas acumularían gérmenes en cantidades industriales. Con respecto al transporte común, lo que en auto lleva cinco minutos, con el dichoso ómnibus podríamos llegar a destino en tan sólo una horita (con suerte y viento a favor).

Qué le vamos a hacer, esos son los avatares de este mundo poco verde, en el que espero, en algún momento podamos establecer prioridades. Mientras no sea demasiado tarde… Oia, se ve que hoy me levanté derrotista.

jueves, 6 de agosto de 2009

El que guarda siempre tiene

…es una máxima de mucha gente, a la cual, sépanlo, me opongo terminantemente. Soy anti guarda tutti, y ultra anti junta porquerías.

Podría calificarme a mí misma como una ferviente defensora de la otra escuela, la tira tutti. A mí eso de guardar frasquito, tarrito, sobrecito de azúcar, cucharita del avión, servilleta de papel, jaboncito, suvenir del tipo que fuere, me causa alergia. No lo critico, cada uno es dueño de juntar cuanta porquería (o no porquería) se le venga en gana. Simplemente, no comparto. A lo que se que no le voy a dar una vida útil, o bien lo tiro, o bien lo dono, regalo o reciclo. Pero no lo guardo “por las dudas”. ¿La causa?, simple: ese “por si acaso” nunca llegará, lo sé.

Un claro ejemplar del clásico guarda tutti es Marido. Siguiendo esta filosofía, y pese a mi resistencia, hemos apilado en el guardamuebles maderas de todo estilo y color, cajas como para hacer sopa y una lámpara que, definitivamente, he decidido dar de baja, por fea. Como a Marido le quedó claro que sobre mi cadáver esa lámpara volvería a habitar estas cuatro paredes, decidió, para variar, quedársela (porque la verdad, por horrenda, no da para donar) El último de los adminículos que se resistió a tirar es una maleta (digo maleta y no valija por si alguno no comprende el sustantivo “argentinezco” en cuestión) que se nos rompió en el último viaje. ¿Para qué la quiero si no sirve para lo que fue concebida, o sea, guardar cosas y poder transportarlas? Pero noooo, hay que quedársela, por si las moscas.

Con esa excusa uno apila cosas inútiles, viejas e inservibles. Suponiendo que llegase el día en que necesitáramos el objeto que hemos guardado con tanto ahínco; seguro (se los firmo y certifico) que en el momento en que lo buscamos, no lo encontramos (aunque mágicamente aparezca una semana después, sin siquiera proponérnoslo).

Por eso, NO a los recordatorios, amuletos, talismanes o reliquias inservibles. Este es mi lema de hoy en adelante: “lo justo y necesario”. Claro que en vestimenta, accesorios y zapatos (míos, de más está decirlo), el principio no cuenta. Para el guardarropa femenino no hay límites. ¿Cómo era? ¿El que guarda siempre tiene?

lunes, 3 de agosto de 2009

Pasatiempo


Marido me dijo un día mirándome con cara de haber meditado largo y tendido:
- ¿Te diste cuenta de que no tenés ningún hobby?”
-Sí que tengo
-¿Cuál?
-Estemm… hago deporte
-Hacías. Además salir a correr no es un hobby.
-Leo.
-Eso tampoco es un hobby.
-A ver, ¿y qué es un hobby entonces?
-El modelismo, juntar estampillas… (y siguió con la lista que dejé de escuchar ni bien me di cuenta que ninguna de mis actividades encajaban en absoluto en la definición).
-¿Y cuál sería el tuyo?
- Ninguno, yo no tengo, pero a mi no me molesta no tener…
- A mi tampoco me molesta…

Y si, qué quieren que les diga… mentí. Sí me molesta. ¿Cómo puede ser que yo no tenga pasatiempo predilecto? ¿El dormir los domingos hasta las 10 de la mañana no cuenta? ¿Comprar zapatos hasta que no entran en el placard tampoco?

Repasé mentalmente los pasatiempos conocidos. La cocina. No, definitivamente si lo hago es por necesidad y porque a sándwich no se puede vivir. De ahí a llamarlo hobby hay una gran diferencia.
El bricolaje no me va, soy una inútil con las manualidades, pintura y todo lo que merezca destreza y refinamiento. Descartado.
La jardinería podría ser, sino fuera porque no se diferenciar una margarita de una rosa y porque (pequeño detalle) vivo en un depto donde en invierno ni en el balcón se pueden tener plantas (salvo que resistiesen los 20 grados bajo cero, cosa que dudo)
Coleccionar cosas me parece inútil y aburrido. No le veo el sentido, pero gustos son gustos (si algún coleccionista lee esto, no se me ofenda, eh)
Marido tenía razón, no hobbies in my life.

Peeeero, según Wikipedia, “una afición (también llamado hobby, y a veces también pasatiempo) es una actividad cuyo valor reside en el entretenimiento de aquel que lo ejecuta, que algunas veces no busca una finalidad productiva concreta y se realiza en forma habitual” sic.

Pasado en limpio sería algo así: mientras uno se entretenga, por más que no tenga finalidad productiva alguna, la actividad en cuestión merece ser llamada hobby. Como yo me entretengo fácil, a saber: tirada panza arriba sin hacer nada, leyendo, saliendo a correr o agregándole íconos a mi blog (no se rían que ayer estuve el día entero para adicionarle las flechitas que parecen una pavada y las etiquetas que quedaron para el otro lado pero que no pienso borrar) por más que los míos no entren estrictamente en la categoría de tales, tengo hobbies y muchos. He dicho.